jueves, octubre 07, 2010

Pero claro...

Claro, una lo que busca en un trabajo digno y de entrada la tratan como si fuera una criminal. El interrogatorio duró casi una hora y yo sin comer y después de haber pateado como cincuenta cuadras.

Pero claro, eso no tiene porqué saberlo el anteojudo imberbe que sopesa cada respuesta como si no me creyera.

¿Dónde? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué?

¿Tiene hijos? Si, uno. Varón, morocho como el padre pero con los ojos verdes de mi viejo.

¿Estado civil? Pero claro, el imberbe tampoco tiene porqué saber la historia…

- Pedro, Pedro querido, mi negro… ¿No te alcanza con el sindicato? ¿También en la facultad? Si, me parece bárbaro, yo sé que nuestro hijo/a merece un mundo mejor. Pero… ¿Por qué no te cuidás un poquito? No andes solo por la calle, por favor. Tengo miedo…

Si. Hasta que mi miedo estalló una madrugada en que la cama se enfrió de pronto y para siempre. Vi que te llevaban y grité hasta que la patada me cerró la garganta y la consciencia.

Doña Juana, la vecina, dice que me encontró en un charco de sangre. – Que susto m’hijita! Yo pensé que ya no… Echándomelo en cara como si le hubiera hecho un chiste de mal gusto.

-No doctor! ¡No! ¡No me lo saque! ¡Por favor! ¡La hemorragia va a parar! ¡Tiene que parar!

Y paró. Era como si Pedrito se aferrara a la vida. Como si mi Pedro, mi amor, mi hombre, mi querido, no quisiera dejarme sola, no quisiera morirse del todo.

Pero claro… ¿Qué sabe este anteojudo estúpido? ¿Qué sabe del repudio de mi familia, de la gente del barrio que me miraba la panza como si fuera una enfermedad infecciosa?

¡Pero que se mueran todos! Si todos juntos no valen una uña de mi Pedro…

¿Pero entenderá algo este idiota? ¿Qué sabe de la tibieza y la ternura de mi hijito?

¡Qué va a entender!

Por eso, porque nunca podría entender, me limité a contestar:

- Soltera

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